La muerte. Morir. Forma parte de la vida, de hecho, vivimos mientras morimos. Sin embargo, la ocultamos, desplazamos y silenciamos. Nos parece un tema tabú ante la infancia y adolescencia, un tema desagradable entre adultos y un tema de mal gusto entre enfermos y ancianos. Suele provocar tristeza, miedo o incluso enfado. Todas ellas son emociones que, aun siendo lícitas, funcionales e imprescindibles para nuestra superviviencia inter e intrapersonal nos resultan desagradables e incómodas de sentir y sobrellevar. En nuestra sociedad hedónica, superficial y dedicada al culto de la belleza, la juventud eterna, la felicidad completa, el éxito asegurado, las posesiones materiales, la positividad por encima de todo, nuestro bienestar emocional depende de lo externo. Nos miramos únicamente para compararnos con la imagen que la sociedad y el entorno coloca como modelo y a quien aspiramos parecernos. El resultado suele ser nefasto.
Necesitamos una mirada compasiva y real de nosotros mismos. Como seres humanos el fracaso forma parte de la vida. No se suele conseguir absolutamente todo lo que se desea. Sufrimos pérdidas desde que nacemos; perdemos la niñez, la juventud, relaciones, cambiamos de casa, de trabajo, de ciudad, mueren seres queridos. Y duele, el sufrimiento es la consecuencia de vincular, de amar. Son microduelos o quizá macroduelos que nos dan la oportunidad (una vez sentidos, elaborados y reparados) de crecer, de abrir la mirada, de conocernos mejor, tomar conciencia de quién somos y qué significado tiene morir… para estar vivo.
Y nada nos haría vivir más, sentirnos más vivos que hablar y tener conciencia de nuestra propia muerte. Quizá para cerrar asuntos por resolver, ver a esa persona a quien hace años que quiero volver a ver, decir todo lo que necesite decir. Tener claro a quién quiero tener cerca cuando esté en mis últimos días y a quién no. Qué necesitaría yo en mi vejez y qué no necesitaría de ninguna manera. Qué música me gustaría escuchar, qué leer, que ropa llevar, de qué hablar. Conectar con todas las emociones que esto nos genera y transitarlas, sin prisa. Parar la inercia del día a día, quitar el piloto automático, mirar hacia dentro y tener la posibilidad y el permiso de compartirlo con los demás en una charla sin juicios abierta a la emoción. Dar significado a la vida. Qué significado quiero dar a mi paso por la vida, para qué estoy aquí y quién quiero ser, qué quiero hacer y con quién.
Esto es posible normalizando el concepto de muerte, acercándolo a las conversaciones entre amigos y familiares, niños, adolescentes y adultos y mayores, creando situaciones de diálogo donde poder conectar con nosotros mismos y expresar abiertamente nuestro sentir. Fomentando proyectos de difusión, sensibilización y dinamización en barrios y centros comunitarios. Formar e informar al profesorado en colegios e institutos. Actualizar el concepto y las intervenciones acerca de la muerte en el sector sanitario, formar a los profesionales que nos van a acompañar en nuestra enfermedad y últimos días. En definitiva crear una gran red de conciencia y sensibilización bidireccional entre lo individual y lo social.
Y tú, ¿has pensado alguna vez en tu muerte? Si es así, enhorabuena y gracias.
Psicóloga y psicoterapeuta
Mónica Henche conduce Grupos de Duelo y pérdida para adolescentes y jóvenes. Está abierta la formación de grupo a partir del mes de marzo. Dispones de la información completa aquí.